Hace unas horas leía en Redes Sociales un titular en el que se dice que un estudio ha demostrado que la bajada de ratios mejora el rendimiento del alumnado. Hasta aquí, todo bien.
Todo bien salvo porque la comunidad docente ya había hecho este estudio hace muchos años y parece ser que nadie se había parado a escucharlo.
El periódico El País, dejaba esta mañana este titular. A mí, lejos de alegrarme que alguien por fin haya reparado en algo que llevamos años reclamando, me ha enfadado.
"Pues cuando yo era pequeña estábamos 40 en clase y no pasaba nada" "Los profes no hacéis más que pedir"
Es cierto, Yo también he vivido esa realidad siendo alumna, de hecho, al apellidarme Verbo, solía ser de las últimas de la lista, y yo he llegado a ser el número 44, teniendo a dos compañeras más por detrás de mí. 46 criaturas en un aula. Y no hemos salido tan mal....¿no?
En aquella época, en mi colegio se estilaba esto de ponernos de uno en uno y por orden de lista. Recuerdo estar en la última fila de un aula enorme en el que el respaldo de la silla de mi compañera de delante tocaba con mi mesa. Si ella quería levantarse, yo tenía que apretar mi mesa contra mi abdomen para poder darle un margen de 10 cm para retirar su silla y poder salir de su pupitre.
También recuerdo como me pasaba las clases dibujando cosas absurdas en los márgenes de los cuadernos sin que mi maestra me viera. Y no, no me escondía, no tenía por qué hacerlo. Estaba demasiado lejos como para que lo pudiera descubrir.
También recuerdo desconectar de la clase y que nadie se diera cuenta de que estaba haciendo ritmitos con los lápices o bostezando.
Recuerdo no hacer los deberes (siempre me ha costado esto de las tareas para casa, tienes un post en el que te lo cuento, puedes leerlo aquí) y que nadie se diera cuenta.
Recuerdo tener dudas pero no preguntarlas porque no había dado tiempo a que todos preguntáramos.
Recuerdo casos de acoso totalmente invisibles.
Y todo esto porque es imposible que una sola persona pueda ofrecer una educación de calidad a 46 personas.
El que iba bien y se enganchaba, estaba de suerte. Los que no... ya nos buscaríamos la vida.
Como madre, no quiero una educación así para mi hijo.
Desde hace años se ha visto que, para que un docente pueda atender a las necesidades individuales de su alumnado, necesita ratios que pueda abarcar y un número máximo de estudiantes a los que atender. Y los apoyos personales no vienen nada mal tampoco.
En la pandemia, muchos colegios tuvimos la oportunidad de desdoblar grupos y nos encontramos con aulas a la mitad de su ocupación habitual. Y como si fuera magia, pudimos comprobar que el rendimiento era mejor, que el ambiente de trabajo era más agradable y que podíamos atender a nuestro alumnado de una forma individualizada, de verdad.
Los docentes no necesitamos una pandemia para saber que reducir ratios es la clave para la mejora de la educación.
Tampoco necesitamos estudios externos. Solo necesitamos que nos hagan un poquito de caso cuando pedimos insistentemente a las administraciones que tome medidas.
No necesitamos llenar las aulas de dispositivos electrónicos ni cambiar las leyes como si cambiáramos de ropa interior.
Necesitamos más personal y menos alumnos por aula. Y no, no queremos trabajar menos, queremos trabajar mejor.
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