Yo no hacía los deberes, era ese tipo de alumna que no atendía
en clase, que se sentaba con el culo torcido en la silla, que hablaba por los
codos y que comía mal en el comedor.
Recuerdo ir al comedor en el primer turno, quedarme sola
hasta ver entrar a los mayores, comer con ellos, que terminaran todos y que me
llevaran a la cocina a seguir mirando mi plato porque no quería comérmelo. Me privaban
del tiempo de recreo, salía de clase al comedor y del comedor a
clase.
Recuerdo notas en la agenda por decenas, castigos sin
recreo, sin educación física, copiar cientos de veces: “no debo hablar en clase”…
y entonces me hice maestra.
Me siento encima de la mesa con las piernas cruzadas, hablo,
hablo y hablo sin parar con mis alumnos y sigo sin hacer deberes.
Así que sí, los castigos sirvieron de mucho, porque me han
ayudado a saber qué tipo de profe quiero ser y qué clase de educación quiero
para mi hijo.
No siempre he sido la profe que soy ahora, y aún me queda
mucho por aprender y mejorar.
Mi primer día de cole como maestra fue difícil. 25 alumnos y
alumnas de 2º de primaria entraban por la puerta y a mi me temblaban las piernas.
Al terminar la jornada salí llorando pensando que no era lo mío (y de esto hace
ya 10 años). Yo quería ser esa profe divertida que enseña a través del juego, y
me encontré con niños y niñas que ignoraba completamente mi presencia, que no
me escuchaban, que no seguían los juegos, que me boicoteaban cada actividad que
diseñaba. Una compañera de estas que ya
están más cerca de la jubilación que de los primeros días, me dijo:
-
El truco es entrar como un sargento, que te vean
como una figura que impone, que no aguanta tonterías, que para aflojar ya habrá
tiempo.
Y desde mi inexperiencia, seguí su consejo. Durante un par de
cursos más entraba a clase como una bruja sin sentimientos, daba clase,
castigaba y gritaba cuando me enfadaba.
Hasta que entendí que así no quería
ser, que no disfrutaba de mi profesión, que no conseguía lo que yo quería. Mis alumnos
seguían manteniendo la misma actitud, pero con más cuidado de que yo no les pillara
hablando.
Seguían sin hacer los deberes o copiándolos de un compañero a toda
prisa antes de entrar para librarse del castigo. Entendí que la estrategia de
la bruja no nos servía ni a ellos ni a mí.
Así que empecé a probar lo que aplico hoy, el diálogo, la
negociación, la comprensión y el respeto. Marcando los límites de manera
consensuada y haciendo ejercicios de reflexión una y otra vez. Guiando a mis
alumnos para que lleguen a las conclusiones adecuadas.
Probando estrategias
distintas y elaborando algunas propias. Investigando nuevas corrientes, y,
sobre todo, respetándome a mí misma y a
mi manera de pensar. Confiando en mi instinto y dejando atrás estereotipos de
maestros obsoletos con cara de pocos amigos.
Debo decir, que en estos últimos años he obtenido mejores
resultados en mis alumnos, y no hablo de los resultados académicos, (que también)
si no de sentir que estoy contribuyendo un poquito en su desarrollo y en la
elaboración de su propio pensamiento.
Porque los castigos funcionan para saber que no necesitas
castigos para ser mejor persona y cumplir las responsabilidades. Motivación,
esa es la clave.
No hay comentarios