En la visión de un niño no hay filtros. Todo
lo que ven es normal a sus ojos. Todo tiene cabida en un mismo mundo y todo
puede tener una vuelta de hoja para convertirlo en lo que nos gusta.
Me di cuenta de esto observando detenidamente
a Naím mientras jugaba. Hace unas semanas le compré una alfombra con carriles,
rotondas, parking, parques y lagos, simulando ser el plano de una ciudad
(normal).
Comenzó a colocar sus muñecos en la alfombra,
convirtiéndolos en ciudadanos de ese pequeño mundo. En sus muñecos, lo raro
sería encontrar un muñeco normal, que sea un niño, una niña, un hombre o una
mujer, por eso, esa ciudad, difícilmente iba a ser cómo las nuestras.
En el mundo de Naím Bob Esponja debe ser el
Alcalde. Micky Mouse encabeza manifestaciones, caperucita roja tiene la capa
gris, todos los miembros de la patrulla canina pueden volar, si es lo que
quieren. los coches hablan y son amigos, y así un largo etcétera de situaciones
rocambolescas que para mi pequeño de dos años y medio están cargadas de
normalidad.
Pero ya me doy cuenta d que hay cosas que se
están filtrando, porque los muñecos sí cruzan por el paso de peatones, la foca
está en el lago y los coches aparcan en el aparcamiento.
No pude evitar pensar en que me entristecía
que estuviera colocándose poco a poco el gran filtro de la normalidad que
tenemos los adultos en los ojos de mi hijo.
Me encanta ver lo anárquico de su vida,
terminar de comer el segundo solo significa que ha ganado después del primero, una
pelota desinflada no deja de ser pelota, se pueden mojar patatas fritas en
zumo, si es lo que te apetece, un pedo es motivo de risa y en los hormigueros
viven duendes pequeñísimos que sólo puede ver un niño.
No sé exactamente en qué momento de nuestra
vida el filtro de la normal
idad no nos deja ver lo salvaje de la vida, pero
tener un hijo rompe algunas partes de ese filtro y, por algunos instantes,
puedes ver como cuando eras niño.
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