CUANDO TE AGARRAN EL DEDO ÍNDICE


                                 Mi hijo me agarra el dedo índice

Creo que es un acto casi reflejo el ofrecer el dedo índice a un recién nacido como primera muestra de afecto.

Cuando es tu hijo quien te agarra el dedo, la sensación especial. Es un gesto que marca un antes y un después en tu vida, una primera forma de comunicación entre tú, recién madre, y él, recién hijo.

Cuando ofreces tu dedo índice a tu hijo por primera vez, le estás diciendo (en un idioma que solo vosotros dos entendéis), que estás ahí para sujetarle, para levantarle, para darle protección.

Y él, te agarra diciéndote: no te separes de mí, necesito sentirte cerquita como te he sentido hasta ahora.

Y eso es solo el principio… comienzas ofreciéndole el dedo índice en el hospital, para que sea un consuelo en este nuevo mundo que acaba de conocer, para que sienta algo familiar en una realidad extraña… y continuas ofreciéndole el dedo índice para aprender a caminar solo, cruzar la calle o limpiarle algo pegado en la cara después de haberlo mojado con tu saliva (no hay nada más animal que limpiar la piel de tu hijo con tu saliva)

Hasta aquí es lo que yo he experimentado como “ofrecedora de dedos”. Pero desde que soy madre, pienso mucho en mi YO como hija y en mi madre como MADRE.
Ahora me doy cuenta de que una madre empieza ofreciéndote su dedo índice y acaba entregando todo lo demás a lo largo de su vida.

Empieza extendiéndote la mano entera cuando te acompaña al colegio e incluso las dos manos si es necesario para cogerte en brazos para cruzar un gran charco o para ayudarte a saltar dentro de él. Para sujetarte las piernas las primeras veces que haces el pino frente a una pared, subirte una cremallera en la espalda o atarte los cordones una y otra vez hasta que aprendes a hacerlo por ti mismo.

Cuando te da las manos, también te da las piernas, sirven de asiento y de refugio, de cama confortable, de escondite cuando algo te asusta, y te sirven de piernas cuando no tienes ganas de usar las tuyas. Esas piernas que te llevan al parque, al médico, al colegio, esas piernas que se meten entre las multitudes para que veas Cortilandia o para que vayas a tu primer concierto de Alejandro Sanz cuando tienes 11 años.

Y una madre sigue ofreciendo a su hijo partes de su cuerpo, ofrece los hombros, para levantarte entre todas las cabezas para que veas la cabalgata, o para llorar cuando empiezas a confundirte en la vida y a sufrir tus primeros (y segundos y terceros…) desengaños.

Oídos que no se cansan de escuchar tonterías, labios que no se cansan de besar y de dar consejos y palabras de ánimo, ojos que te ofrecen las miradas más reconfortantes y que se abren a cualquier hora si es necesario.

Quiero ser así, ofrecerle a mi hijo mi cuerpo entero para todo lo que necesite, como mi madre me lo ofrece a mí cada día.


Quiero sentir como mi hijo agarra mi dedo índice por primera vez cada día de mi vida.

Aquí sostengo yo el dedo índice de mi madre

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